Navegar sin caerse - mis avances en Windsurf

Persona haciendo windsurf


Entre el windsurf y yo hay una historia de amor borrascosa. Me acerco y me alejo a la disciplina. Cada vez que vuelvo, siento la fricción entre la vela y yo. Es la consecuencia de la falta de práctica. Como todo hobby que se abandona, y que volvemos a él luego de darnos cuenta del bien que le hace a nuestro ser.


La primera vez que me monté en una tabla, decidida a hacer Windsurf, lo hice con un nudo en el estómago. Desde pequeña le he tenido un inmenso respeto al mar, y la idea de practicar un deporte náutico representaba un desafío, exigía mucha valentía de mi parte. Para esa primera clase, éramos cuatro personas inscritas.

Con todo el miedo que cabía en mi estomago para ese entonces, escuché atentamente al profesor explicarnos sobre Barlovento y Sotavento. -Nota: busqué en Wikipedia para refrescar mis conocimientos, porque claro que no me acuerdo de cuál es cuál- . El profesor de windsurf hacía dibujos en la arena, nos hacía preguntas en francés. Yo no entendía nada. En ese momento sólo pensé: me metí en esta clase, así que ahora le meto el pecho como sea. Será una hora de sufrimiento pero haré lo mejor que pueda porque ya pagué.

Después de las vagas explicaciones del amargado profesor, ató las cuatro tablas con sus respectivas velas a su lancha y nos pidió que nos mantuviéramos parados en las tablas mientras nos llevaba a la zona de navegación.

Fue horrible. Sentí tanta vergüenza.

Fui la única de las cuatro personas que se cayó tanto de la tabla, que el profesor me dijo que mejor me sentara en la tabla hasta que llegáramos a nuestro destino. Teníamos unos 3 minutos de camino en lancha hasta el spot de navegación.

El profe soltó a cada estudiante más o menos equidistante, como a 20 metros de separación, por temas de seguridad. Era importante que cada uno de nosotros tuviera espacio suficiente para navegar, para ir y venir.

Yo no disfruté esta clase en lo absoluto. Fue un calvario. Yo no lograba estabilizarme en la tabla, me caía a cada rato. Además, cada vez que me caía, tenía que recoger la vela del mar. Si has hecho windsurf, sabes cuánto pesa la vela una vez que se te cae y te toca recogerla.

Después de la clase, sentí que había perdido mi tiempo y mi dinero. Sentí que habia vivido un gran fracaso 😅 Lo bueno es que esta primera experiencia me permitió reflexionar. Antes de decirme a mí misma que no soy buena para los deportes, decidí hacer una introspección al día siguiente, mientras desayunaba con la espalda adolorida.

¿Qué se puede aprender de una clase de Windsurf en la que todo salió mal?

El primer descubrimiento fue que necesitaba ir más despacio y necesitaba más dedicación de la parte del profesor. Ser principiante amplificaba mis inseguridades, me costaba mucho mantener el equilibrio en la tabla, lo que aumentaba aún más el miedo a caerme. Resultado: me caía a cada rato. Me frustraba. Se convertía en un círculo vicioso del que no encontraba salida.

Luego comprendí que los cursos grupales no son para mí. Al sentir tanto miedo, necesitaba más acompañamiento de la parte del profesor. También me di cuenta de que necesitaba más atención, para que el profe pudiera explicarme qué era lo que yo estaba haciendo mal, y así poder corregir los errores poco a poco. Necesitaba instrucciones más claras. Demostraciones de su parte.

La parte positiva fue que no me rendí luego de la primera clase. Unos días después, decidí tomar otro curso con otro profesor, esta vez dedicado solo para mí. Me caí mucho, pero la clase estuvo mejor. No me quiero excusar, pero recibir las clases en francés de un deporte que me daba tanto miedo, agregaba otro grado de dificultad. Mi cerebro tenía que procesar lo que el instructor me explicaba, y luego traducirlo a movimientos físicos. Qué angustia 😅

Esta vez, lograba navegar un poquito más, y me caía al cabo de varios segundos. Es decir, lograba mantenerme de pie en la tabla más tiempo de lo que pasaba en el agua recogiendo la vela. Esto ya fue un gran avance. Me fui feliz de mi clase, con ganas de volver a navegar tan pronto como fuera posible.

Tuve que esperar casi un año para volver a encontrarme con la tabla, la vela y el mar.

Un antes y un después: navegar en Tenerife

Tengo una amiga que hace Kitesurf, y que vive en el spot soñado para toda persona que practica deportes de viento: El Médano, Tenerife. Me invitó a pasar unos días con ella, y aproveché la ocasión para tomar unas clases individuales de Windsurf, puesto que ella conocía varias escuelas en el sector.

Hice tres clases de una hora y cuarto, repartidas en tres días. Esta vez, además del nudo en el estómago, empecé a sentir vacíos (como cuando sabes que te vas a caer), pero también sentí mariposas de emoción. Fue un remolino de experiencias. Recuerdo como si fuera ayer esa primera vez que navegué un largo rato sin caerme, manejando yo solita la velocidad. Mi profe me gritaba desde la orilla de la playa "Brava, Gene!" y yo sonreía, intentando no olvidarme de respirar.

Estas clases fueron espectaculares. Adquirí mucho conocimiento técnico, hice consciente la postura correcta, la posición de las manos en la botavara. Aprendí a soltar la botavara cuando sentía la vela pesada por la fuerza del viento. Aprendí a entender el viento. Navegué muchísimo. Estaba orgullosa de mí.

La cereza del helado fue el tercer y último día de clases. El viento había aumentado progresivamente de velocidad desde el primer día, y esta vez no solo había viento, sino que también había olas en las playas de El Médano.

Fue una catástrofe.

El equilibrio que había adquirido las dos clases anteriores, lo perdí en el primer momento que una ola atravesó mi tabla. Era como empezar desde cero: me caí repetidas veces. Fue tanto el miedo y el cansancio, que ni siquiera terminé la hora de clase. Pero esta vez, mi visión sobre la experiencia era otra: no me iba de Tenerife con las manos vacías.

Memoricé que el viento siempre debe venir detrás de mí. Aprendí a mantener la postura correcta para no cansar mi espalda. Aprendí que si la vela se siente pesada, es suficiente con soltar una de las manos de la botavara (la mano que esta más lejos del mástil). Aprendí a respirar mientras navego. Aprendí a darle la vuelta a la vuela para regresar a la orilla. El bilán no está nada mal, a pesar de haber pasado una última clase tan agitada 🥴

Esquemas de Jim DRAKE - Creador del deporte en 1968

Progreso es progreso, así sea milimétrico

Dieciocho meses pasaron para que yo volviera a tocar la tabla, la vela y el mar. Mi experiencia más reciente fue una sesión de tres horas. Fue ahí cuando me di cuenta del problema de no ser consecuente: al principio de la clase me tambaleé varias veces antes de encontrar el equilibrio entre mi cuerpo y la vela. Al principio siempre siento mucho miedo. Me cuesta encontrar mes repères.

La primera hora fue de refrescar conocimientos. Estuve con una profesora adorable en Saintes-Maries-de-la-Mer, que supo adaptarse a mis necesidades, y ajustar los objetivos de la clase. Luego de que encontré la estabilidad, empecé a navegar con fluidez. Pero esta vez, descubrí un nuevo reto que no había hecho consciente en las clases anteriores: el viento puede cambiar de dirección de un momento a otro.

En mis clases de Tenerife, mi profesor me indicaba cuándo el viento cambiaba de dirección. En la orilla habían unas banderitas que también me ayudaban a identificar cualquier cambio, puesto que las banderitas ondeaban respecto al viento. Eran una guía para saber cuando debía cambiar mi postura. Además, si tenia dudas, podía ver a los windsurfers experimentados a mi alrededor: si mi cuerpo no andaba en la misma postura que ellos, era muy probable que la que tenía que adaptarse era yo.

Volvamos a Saintes-Maries-de-la-Mer. En esta ocasión, yo era la única persona navegando en la playa. No habían banderitas en la orilla para guiarme. La sabiduría de mi profesora fue el silencio: me di cuenta de que si la tabla no avanza, es porque no estoy mirando hacia la dirección correcta. Con esta profesora aprendí que no sólo basta la técnica. El viento también lo tengo que sentir.

Siendo honesta, sigo sintiendo miedo al navegar. Avanzar estable en la tabla pide mucho de mí, y agregar una nueva dificultad se sintió pesado para el tiempo que tenía sin navegar. Intenté moverme un poco, cambiar de dirección para ver si la tabla se movía; a veces avancé, a veces no. Y está bien.

En esta ocasión, aprendí otra manera de darle la vuelta a la vela para regresarme. También aprendí a recoger la vela en sentadillas, para que el peso de la vela lo soporten mis piernas, y no mi espalda. Entendí que si quiero lograr un progreso lineal, necesito hacer del windsurf una rutina, practicar por lo menos una vez al mes. Ya veremos cómo avanzo los proximos meses.

Pero bueno, progreso es progreso, así sea milimétrico 😉

Si quieres saber más sobre la historia del Windsurf puedes chequear esta página de Wikipedia.
Si quieres entender la física del Windsurf, puedes chequear
esta introducción.

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