Las emociones detrás de la cena navideña
Diciembre es un mes de fiesta, celebraciones, encuentros familiares. Un año que cerramos, que le da paso a una nueva docena de meses para darnos otra oportunidad de volver a empezar.
Desde que me fui de Venezuela, descubrí nuevas tradiciones navideñas. En Francia, la cena del 24 de diciembre es muy importante. La preparación del menú es objeto de conversaciones familiares, donde las personas se ponen de acuerdo para preparar una comida a la altura del gusto refinado francés.
Todo comienza con el apéro. El apéro es ese momento previo a la cena per se, donde se sirven pasapalitos (en francés se llaman petits fours) con champaña. Mini-pancitos tostados con salmón ahumado y bayas rosadas, por ejemplo. Una delicia. También puede haber maní salado, y mini galleticas. Una vez que el estómago empieza a recibir comida, ya no puedes parar. Estás a la espera del proximo plato.
Luego empieza el banquete. Es común que hayan ostras como entrada, acompañadas de champaña o vino blanco. Esta tradición tiene múltiples orígenes, y aunque yo no soy experta en historia, lo que pude entender es que las ostras son sinónimo de prosperidad y de lujo abordable. Aunque son caras, el poder de adquisición de la población francesa es suficiente como para permitirse las ostras en la cena navideña. Ademas, en invierno hay una abundacia de ostras en las costas francesas, típicamente en Normandía, Bretaña y Arcachon, por citar algunas. Los detalles históricos de esta tradición los encontré en estos sitios web: Marmiton y Cuisine pratique.
A continuación, el plato de resistencia. Hay un sinfín de posibilidades. Yo he podido degustar platos como el coq au vin, o un chapón al horno. Por lo general es una carne bien preparada, en una receta bien francesa. Aquí cambiamos de vino y pasamos a un vino tinto, pero esto puede depender de la carne que se haya escogido. Cuando la cena se decanta por frutos del mar, podemos tener como plato principal unas vieiras bien ricas, acompañadas de fondue de ajoporro; una locura de sabores refinados. Las vieiras en francés se llaman noix de saint jacques. Confieso que es un animal que comí por primera vez en Francia. El sabor es sutil y delicado, y suele acompañarse con vino blanco.
Llega el momento de los quesos. Francés que se respeta, propone al menos 5 quesos distintos en el plato de quesos. El comté es de mis preferidos, me recuerda un poco al manchego español. Los quesos de cabra también pueden ser una sorpresa agradable. Camembert, brie, emmental... Hay opciones para todos. Yo suelo combinar el queso con vino tinto, pero creo que ya en este momento de la cena empiezas a permitirte libertades porque te empiezas a sentir medio sarataco 😅
Mi momento preferido: el postre. Pueden haber varios. Una de las tradiciones es que haya una buche de Noël, yo lo veo como un brazo gitano elevado. No hay torta, sino que son varias capas cremosas, y pueden ser de sabores variados. Otro postre puede ser la tarta de manzana, fresas con crema y un poquito de alcohol... Pero la receta que no falla es la buche. Una delicia. El postre se suele acompañar con champaña.
Todas las navidades que he pasado en Francia, giran en torno a la mesa. La cena puede durar horas y horas. Nunca me dejo de asombrar con la abundancia de esta comida, así como también de la manera en que los franceses estructuran la cena. Se permiten disfrutar de cada bocado con calma. Pero cuando digo que la cena puede durar horas, lo digo en serio: si tomamos en cuenta el apéro, que comienza a eso de las 18H00... Puedes terminar la cena a eso de la medianoche. ¿Te imaginas pasar 6 horas comiendo y bebiendo, sentado en una mesa?
Bueno.
Luego de la cena, llega el momento de los regalos. Puede haber amigo secreto, pero es de costumbre darse regalos entre todos. Los niños reciben una cantidad ABSURDA de regalos, y los adultos también salen con unos cuantos regalos cada uno. Una vez que se han abierto todos los regalos, hay cajas y papeles de regalo regados por todo el piso. Este suele ser el último paso antes de acostarse a dormir.
Es inevitable no hacer paralelos con la cena navideña venezolana. No me voy a permitir generalizar nuestro festín, así que hablaré de mi propia experiencia familiar.
Yo crecí en una casa donde la decoración de navidad se instalaba el 1ero de noviembre de cada año. Guirnaldas, arbolito, luces, manteles, cojines. Teníamos hasta cobijas navideñas, ¿te imaginas? La navidad se respiraba con todos los sentidos. Las hallacas las hicimos varios años reunidos en familia, en casa de mi abuela, cada uno con su tarea específica. El pernil se pone a marinar con 1 o 2 días de antelación, y se prepara durante horas en el horno, el mismo 24. Siempre hay alguien que prepara el ponche crema, mientras que otra persona es la encargada de traer los panes de jamón. La ensalada de gallina me recuerda siempre a mi madre, puesto que era la única de la familia a la que le gustaba ponerle trocitos de manzana verde. Confieso que le daban el toque crunchy-crunchy que siempre me ha gustado.
Entre las bebidas de la noche encontramos: ponche crema hecho en casa, ponche crema industrial, whisky y cuba libre (ron con Coca Cola y limón).
En las cenas de mi familia, nunca hubo demasiado protocolo ni estructura. Por lo general, nos sentábamos a comer entre las 22H00 - 23H00. Se decidía con antelación en cuál casa se iba a celebrar la cena, y todos los miembros de la familia empezaban a llegar poco a poco. En esa espera, la música de fondo era requisito indispensable. Gaitas, la Billo's, los Melódicos. Mientras esperábamos que llegaran todos los miembros de la familia, las personas que ya estaban presentes empezaban a tomarse sus traguitos. Era posible que hubiesen pasapalos, pero no era obligatorio.
Con nuestras mejores pintas y un trago en mano, era común ponernos a bailar o a echar cuentico antes de sentarnos a comer.
Una vez que ha llegado la hora, nos sentamos todos en la mesa. Cada quien con su plato servido. Hallaca, ensalada, pernil, pan de jamón. Un vaso de Coca Cola o de agua, porque borracho no bebe mientras come. Con el postre nunca establecimos un estándar: podía haber una torta tres leches, por ejemplo, o un pie de limón. Varios miembros de mi familia no eran dulceros, entonces comer postre no era demasiado importante.
La cena finalizada, ya es casi medianoche. Nos acercamos entonces al arbolito, donde yacen todos los regalos. Por lo general, los que recibían regalos en mi familia eran los niños. Los adultos recibíamos regalos si nos poníamos de acuerdo en hacer un amigo secreto, por ejemplo. No era costumbre darnos regalos entre adultos.
Luego del momento de los regalos, es que la cosa se pone buena. Dos situaciones posibles podían ocurrir. La primera, seguir la celebración en familia. Entre whiskies, rones y ponche crema, después de la medianoche llegaba la hora de la bailadera entre todos. La segunda posibilidad: irme de fiesta con mis primas a casa de algún amigo, o ir a algún club, y festejar hasta el amanecer. En Venezuela, los días no se acortan tanto como en Europa, así que yo llegaba a mi casa el 25 de diciembre después de las 7 de la mañana, si la fiesta había estado buena.
Desde que me fui de Venezuela, no hay un diciembre que no extrañe el olor de la casa en navidad. El último mes del año se ha convertido en una prueba de resistencia. El frío, la oscuridad y las nubes grises me parecen el desafío más grande a sobrellevar. Pero no solo tengo que lidiar con las condiciones climáticas, sino con la falta de acceso a las recetas navideñas de Venezuela. Todos estos platos forman parte de mi cultura, de las tradiciones que me hacen sentir venezolana. Estando en Francia, se me dificulta mucho encontrar a alguien que venda hallacas, por ejemplo. Ni hablemos de la posibilidad de encontrar pan de jamón en una panadería. Impensable.
Este año, decidí cambiar la narrativa de mis navidades en Francia, y hacer mi propio pan de jamón. La Génesis de hace 15 años jamás hubiese pensado que la Génesis de hoy iba a ser capaz de preparar con sus propias manos esta receta. El pan de jamón siempre me pareció una proeza. Después de la hallaca, es mi parte favorita del plato venezolano. En mi casa no se compraba mucho pan de jamón, así que cuando había, yo disfrutaba cada bocado.
Cuando me comí la primera rebanada de pan de jamón este año, me trasladé a Barquisimeto por un microsegundo. Me sentí genuinamente feliz.
Las nubes grises se disiparon. El frío se hizo más soportable en ese minúsculo instante.
Me sentí venezolana de nuevo.
Tomaré un descanso de publicaciones en el cachapi-blog y volveré en enero con más historias sobre cómo vivir en Francia sin morir en el intento.
Te deseo una feliz navidad y feliz año nuevo. Que no te falte el amor en el corazón.