Cómo hacer las paces con la falta de playa
O cómo Ulises se sintió cuando volvió a Ítaca.
Una amiga me explicó que cuando uno se va de su lugar de origen, puede experimentar uno o varios de estos 7 tipos de duelo:
1/ Duelo por la familia y los seres queridos
2/ Duelo por la lengua
3/ Duelo por la cultura
4/ Duelo por la tierra
5/ Duelo por el estatus social
6/ Duelo por el grupo de pertenencia
7/ Duelo por los riesgos físicos
Yo no sabía que irse de casa duele tanto. O bueno, sí lo sabía, porque lo siento. Pero no sabía identificar los matices del dolor. He vivido los 7 duelos en distintos momentos de mi vida, pero hay uno que vivo todos los días, y es el duelo por la tierra.
Este duelo (según el psiquiatra Joseba Achotegui) está relacionado a los paisajes, los olores, la luminosidad, los colores, la humedad, etc. Yo lo extraño todo: los 33 grados centígrados diarios de Barquisimeto; el amanecer a las 6am y el anochecer a las 18H30, todos los días del año. Extraño el sol abrasador. Extraño los cactus y los cujíes. Extraño el Valle del Turbio. Extraño la cuadrícula romana bajo la cual está diseñada la ciudad de Barquisimeto.
La paradoja es que aunque extraño los paisajes áridos con los que crecí, he incorporado nuevos paisajes desde que me fui. Le abrí espacio en mi ser a la lluvia parisina. Ahora cuando aterrizo en el aeropuerto Charles de Gaulle y el cielo está nublado, me siento aliviada: he vuelto a casa. Le he dado un lugar al frío: ya hasta me parece agradable; me hace sentir viva.
Hoy, disfruto los días veraniegos de este lado del Atlántico: el sol que sale a las 6H00 de la mañana, y la noche que cae a las 22H00. Tanta luz es un regalo. Los días oscuros hivernales son difíciles, pero me ayudan a ralentizar mis rutinas, y a aceptar que mis niveles de productividad no pueden ser constantes a lo largo del año: en este lado del mundo, tengo que abrazar las variaciones climáticas. Lo único constante es el cambio.
Durante mis primeros años en Francia, la lluvia me ponía de mal humor. El cielo nublado pintado de blanco me dió lecciones de humildad: el estado del tiempo es una variable que se sale de mi control. En Venezuela, el cielo azul despejado es una constante; a excepción de los períodos de lluvia, donde caen chaparrones de agua durante el día, pero a las pocas horas, escampa. Nunca conocí un cielo nublado al 100% estando en Venezuela; la primera vez que viví por más de 3 días seguidos un cielo completamente gris fue en Francia.
Y vaya experiencia. No saber cuándo el sol va a volver a aparecer me ponía en una actitud de espera. De ansias. Hoy trato de soltar esas ganas locas de sentir el sol, y dejar que aparezca cuando el cielo decida despejarse. Si eso no es crecer, dime tú lo que será.
No solo me hace falta el cielo azul despejado: añoro tener la playa cerca.
Venezuela es un país que se situa al norte de América del Sur. Limita al norte con el Mar Caribe, lo que quiere decir que todo el borde norte del país da hacia el mar, pero no al océano Atlántico. Y esto hace una sutil diferencia en nuestras playas. O bueno, yo me quiero creer ese cuento. En mi experiencia, las condiciones climáticas de las ciudades que he visitado, que dan hacia el océano Atlantico, son candela. Hay viento, nubes, lluvia, olas fuertes; pero también hay días calmados. En fin, el océano Atlantico da para todo, y hay que ser paciente con lo que la naturaleza quiera ofrecerte cada día.
Sin embargo, en Venezuela ese no es el caso. Fuera de la época de lluvia, cualquier día es un buen día para ir a la playa. Barquisimeto queda a unas 3 - 4 horas en carro de la playa más cercana, en el estado Falcón. Caracas tiene al estado Vargas a una hora en carro, por lo que puedo decir que de la capital a la playa más cercana, hay una hora de transporte, si todo sale bien, y no hay demasiadas colas.
Por lo general hace buen tiempo todo el año (y mucho sol), así que estando en Barquisimeto, era muy accesible ir a la playa al menos una vez al mes. En los días más improvisados, a veces iba a Tucacas con mi familia ida por vuelta: salíamos de Barquisimeto a las 4H00 de la mañana, para llegar a Tucacas a las 7H00, irnos a alguna playa linda en lancha, y regresarnos a las 18H00 de la playa, para tomar el carro y llegar a Barquisimeto a eso de las 21H00, a comernos una arepita y a dormir.
¿Te imaginas lo accesible que era ir al mar, para ese entonces?
Lo mismo cuando vivía en Caracas: me podía ir en autobus a La Guaira, y estaba segura de regresar a Caracas con un bronceado decente. Las playas de La Guaira tienen un paisaje muy distinto al de las playas del estado Falcón, puesto que tienen la montaña cerca.
Hoy, mi vida orbita alrededor de París. Las playas más cercanas son las de la región Normandía, o las del norte del país: Dunquerque, Calais, Dieppe, Berck, Etrétat, Le Havre... Puedo incluir Saint-Malo en el lote, aunque se sitúa en la región de Bretaña. Todas unas playas preciosas, que me impactaron cuando las visité porque ocurre un fenómeno que no ocurre con tanta fuerza en Venezuela: la marea que sube y baja (pero mucho). Sin embargo, estas playas son muy frías, austeras, con mucho cielo nublado. El factor del cambio de marea también influye en cuanto al disfrute: a veces la marea está tan lejos que entre la arena y el borde de la playa hay kilómetros de distancia.
¿Cómo un cuerpo caribeño puede lidiar con esta situación?
Es difícil. En mi experiencia, estas playas me evocan mucha nostalgia. La primera vez que fui a Dunquerque, me quedé fría. Se siente el peso de la historia, la guerra. Agregarle frío y nubes grises a la playa hace que el paisaje sea aun más sombrío. Cuando yo lo único que quiero es jugar con las olas hasta que se me arrugue la piel de los dedos, por pasar tantas horas en el agua. Me hace falta el sol, el calor.
Luego tenemos las ciudades costeras del Mar Mediterráneo en Francia. Aunque en verano son muy bonitas, esta zona de Francia atrae un turismo internacional importante, por lo que en verano hay bastante gente 🥵 además, el Mar Mediterráneo es muy calmado, por lo que nunca encontraremos playas con olitas para divertirnos. De París al sur de Francia hay 4 horas de trayecto en trenes de alta velocidad (TGV, Train de Grand Vitesse), y aunque con un poquito de organización puedes preparar un viaje de fin de semana relativamente accesible, estas playas en invierno/primavera y otoño estarán frías, con una temperatura del agua que puede rondar los 11 - 13 grados centígrados.
Y si hay viento, ni te cuento. Aunque lo bueno del viento es que puedes practicar windsurf o kitesurf. Hay spots conocidos en el sur de Francia para practicar estos deportes, como Saintes-Maries-de-la-Mer, donde el viento Mistral puede golpear con bastante fuerza.
Por último, tenemos las playas del país vasco francés. Hasta ahora, son mis favoritas: los cambios de la marea no son tan drásticos, hay olas sabrosas, el turismo -en mi opinión- está menos saturado que la costa mediterránea francesa. Esto también se debe a que es una zona un poco más lluviosa. El país vasco da hacia el océano Atlántico, por lo que el estado meteorológico es una caja de sorpresas: un día llueve, al día siguiente hay mucho viento, pero el día después el sol está que quema. Incomprensible, si me lo preguntas. Pero bueno, esas son las consecuencias de la tierra que roza al Atlántico: tu abrazas lo que el océano tenga para darte.
El país vasco queda a 4 horas en TGV de París aproximadamente. Dependiendo de la ciudad que desees visitar, va a tomar más o menos tiempo, pero siempre vas a rondar las 4 horas de tren. El bemol de esta región es el mismo que para otras regiones que he mencionado más arriba: las condiciones climáticas cambian como les apetece. Hoy en día, acepto con serenidad que en Francia no puedo dar por sentado el cielo azul, como lo hacía en Venezuela.
Entonces es más dificil improvisar. O bueno, si lo vemos desde otro ángulo, podemos decir que hay que introducir la inestabilidad meteorológica dentro de la improvisación. Hoy en día, acepto que no puedo ir a la playa cuando me provoque, sino que tengo que bailar con la incertidumbre que el cielo tiene para ofrecerme. Si quiero viajar a la playa pronto, tengo que coordinar mis decisiones con el estado del tiempo y las condiciones de las vías ferroviarias. Porque aunque hayan trenes de alta velocidad que te pueden llevar de un extremo al otro del país, esto no quiere decir que siempre estén funcionando. A veces hay renovaciones o trabajos de mantenimiento en las vías ferroviarias, y hay trayectos que no están disponibles. En fin, problemas del primer mundo.
Todo esto nos lleva al título de esta publicación: hacer las paces con la falta de playa. Y no se debe a que Francia no tenga playas, sino a la complejidad de sus paisajes. A la diversidad de sus mares. El canal de la Mancha, el Mar Mediterráneo y el océano Atlántico tienen mucho para ofrecer. Las condiciones de cada paisaje son distintas, y no siempre están en concordancia con los anhelos del cuerpo caribeño.
Quiero creer que hay un terrain d'entente[1]. Un punto de acuerdo común. Un lugar donde yo puedo ceder, y Francia también. Tal vez esto signifique ir con menor frecuencia a la playa. También puede significar equiparme mejor, expandir la experiencia de la playa.
¿Te has bañado en una playa donde la temperatura del agua está a 14 grados centígrados? ¿Te has puesto un traje de neopreno para entrar a la playa?
El frío es severo, pero fortalece el espíritu.
Según Homero, Ulises pasó 10 años en la guerra de Troya, y 10 años de regreso a Ítaca. ¿Será que a Ulises le hizo falta Ítaca, de la misma forma en que a mí me hace falta Cayo Sombrero [2]?
Con el paso de los años, por fin entiendo lo que significan las Ítacas. Gracias al poeta griego Konstantínos Kaváfis por habérmelo enseñado a través de este poema:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin esperar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
El camino de la expatriación es largo, lleno de aventuras y experiencias. Los lestrigones, los cíclopes y el colérico Poseidón se encuentran en cada dificultad, en cada duelo que te recuerda a casa.
Pero si tu pensar es elevado y selecta tu emoción, pasaras por encima de los lestrigones, los cíclopes y del salvaje Poseidón. Como Kavafis, te deseo que no los lleves dentro de tu alma. Irte de casa fortalece tu pensar, y calma las emociones. Cuando estás fuera de casa, descubres los matices de todo lo que sientes. Y que de la boca sale lo que uno lleva dentro.
El camino de la expatriación es largo. Y aunque tiene noches oscuras y gélidas, también tiene días de verano. Días donde la luz del sol parece infinita. Que durante esos días, te asombres de todo lo que tus ojos ven. Que llenes tu espíritu de la sabiduría que te hace bien.
Tú sabes cuál es tu emporio de Fenicia. Las hermosas mercancías y los perfumes sensuales que encienden tu corazón. Los pequeños objetos que representan más que un bien material. Los objetos que se vuelven tesoros, colecciones de recuerdos.
Ítaca no solo estará en tu mente, sino también en tu corazón. No sé si volver sea tu destino, pero no apresures el viaje. Con todo lo que el camino te ha enriquecido, volver no tiene por qué ser el objetivo. Y si vuelves, no esperes que Ítaca tengo algo que ofrecerte.
El camino de la expatriación te ha brindado un hermoso viaje, que tal vez dure toda tu vida. Un camino de aprendizaje sin fin. De sabiduría. De experiencia.
Guarda a Ítaca dentro de tu alma, no le hagas espacio a Poseidón.
[1] Intereses comunes, puntos en común.
[2] Cayo Sombrero forma parte de las pequemas islas que conforman el Parque Nacional Morrocoy, en el estado Falcôn, Venezuela.
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